
Finalizado ya el tiempo litúrgico de Navidad, con la celebración del Bautismo del Señor, entramos en una etapa que llamamos Tiempo Ordinario, de unas 33 0 34 semanas, que a lo largo del año se partes en dos fases diferentes. La primera, la más breve es la que se inicia al finalizar el tiempo de Navidad y se prolonga hasta el inicio de la cuaresma, que en este año 2021, empezará el 17 de febrero, que será miércoles de ceniza.
La segunda fase de este Tiempo Ordinario se reactivará de nuevo el lunes, 24 de mayo después de la fiesta de Pentecostés, que cierra la puerta de la cincuentena pascual.
Cada tiempo litúrgico tiene su color específico. El morado es el color propio de adviento y cuaresma, el blanco el de Navidad y Pascua y el de este tiempo que acabamos de reiniciar es el verde. El verde significa esperanza y se refiere o expresa la juventud de la Iglesia, el resurgir de una vida nueva.
En este tiempo no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, como lo hacemos en el adviento y en la Navidad, o en cuaresma y Semana Santa; sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su totalidad y se centra en los domingos. Es un tiempo, dicen los especialistas en liturgia, sereno de crecimiento y maduración, tiempo de saborear la comunidad cristiana y de alimentarse de la Palabra de Dios. Es una valoración de lo normal frente a lo excepcional, de ahí el nombre de Ordinario.
Como este año toca hacer una lectura creyente del evangelio de San Marcos, que es el más corto de los cuatro, os comparto unas sencillas notas sobre él con la intención de facilitarnos su reflexión en estos meses que siguen.
El hecho de que este año vayamos desgranando el evangelio de San Marcos, no quiere decir que no haya días en los que la Iglesia se limita a este primer evangelio. En varios momentos del año nos pondrá para nuestra reflexión y meditación pasajes de los otros evangelistas sinópticos, Mateo y Lucas, y también de Juan. Pero básicamente a lo largo de este año, que llamamos ciclo B, haremos una lectura continuada del evangelio atribuido a Marcos.
Este Evangelio fue compuesto por un discípulo o, más exactamente, un «intérprete» del Apóstol Pedro, cuyo nombre completo era JUAN MARCOS. Es el más antiguo, el primero que fue puesto por escrito, cerca del año 70 de nuestra era, y es también el más breve.
Está dirigido a cristianos provenientes del paganismo, que no conocían las costumbres judías. Este Evangelio contiene pocos discursos, y se interesa más por las acciones que por las palabras de Jesús.
Este evangelista, a lo largo de sus dieciséis capítulos destaca especialmente la humanidad de Jesús y, a partir de ella, nos lleva progresivamente a descubrir en él al Hijo de Dios. Porque detrás de su Persona se esconde un gran «secreto», el secreto «mesiánico», que sólo se revela en su Muerte y su Resurrección.
Únicamente en la cruz está la respuesta a la gran pregunta latente a lo largo de todo este Evangelio: «¿Quién es Jesús de Nazaret?». Ciertamente, no es el Mesías glorioso que esperaban sus contemporáneos, sino el Mesías crucificado. La cruz era el camino obligado para llegar a la Resurrección. Todos estamos llamados a seguirlo por este camino, para poder comprender cada vez más profundamente «la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios» (1. 1), que Marcos nos transmite con tanta frescura y sencillez, como un eco fiel del primer anuncio del Evangelio.